Artículo de Matthieu Ricard |
Es posible
definir el amor altruista como “el deseo de que todos los seres encuentren la
felicidad y las causas de la felicidad”.
Ese deseo
altruista viene acompañado por una disponibilidad constante hacia los demás
junto con la determinación de hacer todo lo que esté en nuestro poder para
ayudar a cada ser para la obtención de su felicidad autentica. El budismo
concuerda en este punto con Aristóteles para quien “el aprecio” consiste en
“desear a alguien lo que uno considera como algo bueno” y “ser capaz de
procurárselo en la medida de lo posible”(i).
La
compasión es la forma que toma el amor altruista cuando se ve confrontado al
sufrimiento de los demás. El budismo la define como “el deseo de que todos los
seres sean libres del sufrimiento y de sus causas”.
Esta
aspiración debe ser acompañada por la aplicación de todos los medios posibles
que permitan remediar dichos tormentos.
La empatía
es la capacidad de entrar en resonancia afectiva con los sentimientos de los
demás y de tomar consciencia de su situación de manera cognitiva. La empatía
nos alerta especialmente sobre la naturaleza y la intensidad del sufrimiento
que viven los demás. Es posible afirmar que esta cataliza la transformación del
amor altruista en compasión.
El amor
altruista debe buscar lucidamente la mejor manera de procurar el bien a los
demás. La imparcialidad requiere que no se favorezca a alguien simplemente
porque se siente mayor simpatía hacia él con respecto a otra persona que puede
llegar a tener las mismas necesidades o incluso mayores.
Esta
extensión contiene dos etapas principales. Por un lado, se identifican las
necesidades de una mayor cantidad de seres, especialmente de aquellos que son
considerados como extranjeros o enemigos. Por otro lado, se otorga valor a un
conjunto de seres sensibles mucho más vasto, lo cual supera el circulo de
nuestros familiares, de nuestro grupo social, étnico, religioso y nacional, lo
cual se extiende incluso más allá de la especie humana (ii).
Es
interesante observar que Darwin no sólo tuvo en cuenta dicha expansión, sino
que además la consideraba como necesaria. El utilizaba la palabra simpatía en
el sentido de la benevolencia: “La simpatía hacia las causas presentadas
anteriormente es cada vez más vasta y más universal. No seríamos capaces de
restringir nuestra simpatía, incluso si la razón inflexible nos lo convirtiera
en ley, sin que esto afectase la parte más noble de nuestra naturaleza”(iii).
¿Qué es
la empatía?
La empatía
es une termino que viene siendo cada vez más utilizado por los científicos y en
el lenguaje común y que se confunde generalmente con el altruismo y con la
compasión. La palabra empatía abarca en realidad varios estados mentales
distintos. La palabra empatía es una traducción de la palabra alemana
Einfühlung que hace referencia a la capacidad de “sentir a los demás a partir
del interior”. Fue utilizada por primera vez por el psicólogo alemán Robert
Vischer en 1873 para designar una proyección mentar de sí mismo en un objeto
exterior al cual uno se identifica subjetivamente, como por ejemplo: una casa,
un árbol viejo y nudoso o una colina modelada por el viento (iv).
Posteriormente, el filósofo Théodor Lipps expandió esta noción para describir
el sentimiento de un artista que se proyecta gracias a su imaginación no sólo
en un objeto inanimado sino también en la experiencia vivida por otra persona.
La empatía
puede ser activada por una percepción afectiva de los sentimientos de los demás
o por la imaginación cognitiva de lo que han vivido. En los dos caso la persona
hace una distinción clara entre lo que siente y lo que siente el otro, lo cual
es diferente del contagio emocional durante el cual dicha diferenciación es
imprecisa (v).
La empatía
afectiva aparece por lo tanto de manera espontánea cuando entramos en
resonancia con la situación y con los sentimientos de otra persona, con las
emociones que se manifiestan a través de expresiones faciales, de la mirada,
del tono de su voz y de su comportamiento.
La dimensión cognitiva de la empatía nace al evocar mentalmente una experiencia vivida por alguien más, imaginando lo que dicha persona siente y cómo se ve afectada por la experiencia o imaginando lo que nosotros sentiríamos en su lugar.
La dimensión cognitiva de la empatía nace al evocar mentalmente una experiencia vivida por alguien más, imaginando lo que dicha persona siente y cómo se ve afectada por la experiencia o imaginando lo que nosotros sentiríamos en su lugar.
La empatía
podría conducir a una motivación altruista, pero también puede, cuando nos
confrontamos al sufrimiento de los demás, engendrar un sentimiento de desamparo
y ganas de evitar la situación, lo cual incita a enfermarse en sí mismo o a
apartarse del sufrimiento que se observa.
La empatía
cognitiva sin altruismo puede incluso conllevar a la instrumentalización de la
otra persona al sacar provecho de la información que nos suministra sobre su
estado de ánimo y sobre la situación. Llevado al extremo esa es una de las
características de los psicópatas.
Los
significados atribuidos por diferentes pensadores e investigadores a la palabra
“empatía” así como a otros conceptos similares como la simpatía y la compasión
son muy variados y pueden por lo tanto prestarse a confusión.
Sin
embargo, la investigación científica realizada desde los años 70-80,
especialmente por los psicólogos Daniel Batson, Jack Dovidio y Nancy Eisenberg,
y más recientemente por los neuro científicos Jean Decety y Tania Singer, han
permitido aclarar las sutilezas de dicho concepto y analizar sus vínculos con
el altruismo.
Las
diferentes formas de empatía
El
psicólogo Daniel Batson demostró que las diferentes acepciones de la palabra
“empatía” finalmente previenen de dos preguntas: “¿cómo puedo saber lo que otro
ser piensa y siente?” y “¿cuáles son los factores que llevar a preocuparse por
lo que le suceda y responder con amabilidad y sensibilidad?”(vi).
Batson
enumeró ocho formas diferentes de la noción de “empatía” las cuales están
relacionadas pero sin constituir varios aspectos del mismo fenómeno (vii). Al
analizarlas, concluyó que sólo una de dichas manifestaciones la cual denomina
“amabilidad empática” es necesaria y suficiente para generar una motivación
altruista (viii).
La primera
forma, es el conocimiento del estado interior de otro ser, el cual nos puede
suministrar argumentos para sentir amabilidad hacia él, sin que esto sea
suficiente, ni indispensable para generar una motivación altruista. Por lo
tanto, se puede ser consciente de lo que el otro piensa o siente y permanecer
indiferente frente a su situación.
La segunda
forma es la imitación motriz y neuronal. Preston y de Waal fueron los primeros
en proponer un modelo teórico para los mecanismos neuronales que sostienen la
empatía y el contagio emocional. Según dichos investigadores, el hecho de
percibir a alguien bajo cierta situación lleva a nuestro sistema neuronal a
adoptar un estado analógico al suyo, lo cual genera un mimetismo corporal y
facial acompañado por sensaciones similares a las de la otra persona (ix). Este
proceso de imitación por observación de comportamientos físicos también es la
base de procesos de aprendizaje que se transmiten de un individuo a otro. Pero
este modelo no diferencia claramente la empatía, en la cual confundimos
nuestras emociones con aquellas de los demás. Según Batson, este proceso puede
ayudar a producir sentimientos de empatía, pero no es suficiente para
explicarlos. En efecto, no siempre imitamos las acciones de los demás; por ejemplo,
reaccionamos de manera intensa al observar a un jugador de futbol marcar un
gol, pero no nos sentimos necesariamente propensos a imitar o a resonar
emocionalmente con alguien mientras organiza sus documentos o mientras come un
plato de comida que no nos gusta.
La tercera
forma es la resonancia emocional, la cual nos permite sentir exactamente lo que
el otro siente, ya sea un sentimiento de felicidad o de tristeza (x). Es
imposible vivir exactamente la misma experiencia que alguien más, pero podemos
sentir emociones similares. No hay nada mejor para ponernos de buen ánimo que
observar a un grupo de amigos felices de verse; y de manera opuesta, el hecho
de observar personas que sufren intensamente nos conmueve e incluso nos hace
lagrimear. Sentir de manera aproximativa lo que vive otra persona puede generar
una motivación altruista pero como se mencionó anteriormente, este tipo de
emoción no es indispensable ni suficiente (xi). En ciertos casos, el hecho de
sentir las emociones de otra persona puede inhibir nuestra amabilidad. Si
frente a una persona aterrorizada comenzamos a sentir miedo, es posible que nos
afecte más nuestra propia ansiedad que lo que le sucede a dicha persona (xii).
Además, para que tal motivación se produzca, basta con tomar consciencia del
sufrimiento del otro, sin que sea necesario sufrir de la misma manera.
La cuarta
forma consiste en proyectarse intuitivamente en la situación de la otra
persona. Es la experiencia a la cual hace referencia Théodor Lipps al emplear
la palabra Einfühlung. Sin embargo, para verse afectado por lo que le sucede a
alguien más, no es necesario imaginar todos los detalles de su experiencia,
basta con saber que sufre. Además, se corre el riesgo de imaginar lo que el
otro siente.
La quinta
forma consiste en crear una representación muy clara de los sentimientos de la
otra persona gracias a lo que ella nos dice, a lo que observamos y a nuestros
conocimientos sobre dicha persona, sobre sus valores y sus aspiraciones. Sin
embargo, el hecho de crear una representación del estado interior de otra
persona no garantiza la emergencia de una motivación altruista (xiii). Una
persona calculadora y malintencionada puede utilizar sus conocimientos sobre
nuestra vivencia interna para manipularnos y hacernos daño.
La sexta
forma consiste en imaginar lo que sentiríamos si estuviésemos en el lugar de la
otra persona, con nuestro propio carácter, nuestras aspiraciones y nuestra
visión del mundo. Si uno de sus amigos es un gran fanático de la opera o de
rock and roll y que usted no aprecia ese tipo de música le será posible
imaginar que él sienta placer y sentirse contento por él, pero si usted mismo
estuviese sentado en primera fila sentiría irritación. Por esta razón George
Bernard Shaw afirma: ˝No hagamos a los demás lo que no quisiéramos que nos
hicieran, porque los demás no necesariamente tienen los mismos gustos que
nosotros”.
La séptima
forma es el sufrimiento por empatía, que es lo que se siente cuando se es
testigo o se evoca el sufrimiento de otra persona. Esta forma de empatía puede
hacer que se ignore la situación en lugar de asumir una actitud altruista. En
realidad en este caso no se trata de preocuparse por la otra persona, ni de
ponerse en su lugar, sino de una ansiedad personal generada por la otra persona
(xiv).
Tal sentimiento
de sufrimiento no genera necesariamente una reacción de amabilidad ni una
respuesta apropiada al sufrimiento de la otra persona, sobre todo si nos es
posible disminuir nuestra ansiedad al alejar nuestra atención del dolor que
dicha persona siente.
Algunas
personas son incapaces de ver imágenes conmovedoras. Prefieren alejar su mirada
de las imágenes que les hacen daño en lugar de ver la realidad. Sin embargo, el
hecho de escapar física o psicológicamente no ayuda en nada a las víctimas,
sería mejor tomar consciencia de los hechos y actuar con el fin de
solucionarlos.
Cuando
vivimos preocupados principalmente por nosotros mismos, nos volvemos
vulnerables a todo lo que puede afectarnos. Al ser prisioneros de este estado
mental, nuestra valentía se ve afectada por la contemplación egocéntrica del
dolor de los demás, el cual es vivido como un peso que no hace más que aumentar
nuestro sufrimiento. Contrariamente, en el caso de la compasión, la
contemplación altruista del sufrimiento de los demás multiplica nuestra
valentía, nuestra disponibilidad y nuestra determinación para encontrar una
solución a dicho sufrimiento.
Si la
resonancia con el sufrimiento de la otra persona nos genera sufrimiento
personal, debemos dirigir nuestra atención hacia dicha persona y reactivar
nuestra capacidad de expresar bondad y amor altruista.
La octava
forma es la amabilidad empática, que consiste en tomar consciencia de las
necesidades de los demás y en sentir el deseo sincero de ayudarles. Según
Daniel Batson (xv), la amabilidad empática es la única respuesta que se dirige
hacia los demás y no hacia nosotros mismos, lo cual es necesario y suficiente
para producir una motivación altruista. En efecto, cuando se presencia el
sufrimiento de otra persona es esencial adoptar una actitud que le aporte
consuelo y decidir cuál es la acción más apropiada para dar remedio a sus
sufrimientos. El hecho de que nos conmueva o de que sintamos o no las mismas
emociones que dicha persona es secundario.
Daniel
Batson concluye que las seis primeras formas de empatía pueden contribuir de
manera individual a la creación de una motivación altruista, pero ninguna de
ellas garantiza la emergencia de dicha motivación, como máximo constituyen sus
condiciones indispensables. La séptima forma, es decir, la el sufrimiento por
empatía está claramente en contra del altruismo. Solamente la última forma, es
decir la amabilidad empática es necesaria y suficiente para que nazca la
motivación altruista en nuestro espíritu y que nos incite a la acción.
Resonancias
convergentes y divergentes
La empatía
afectiva consiste por lo tanto a entrar en resonancia con los sentimientos de
la otra persona, así sean de alegría o de sufrimiento. Sin embargo, este
proceso es deformado por nuestras propias emociones y por nuestros prejuicios
que actúan como filtros.
El
psicólogo Paul Ekman distingue dos tipos de resonancia afectiva (xvi). La
primera es la resonancia convergente: yo sufro cuando tú sufres, yo siento
rabia cuando tú sientes rabia. Si por ejemplo, su esposa regresa a casa
alterada porque su jefe se comportó de manera inadecuada hacia ella, usted se
siente indignado y le dice con rabia: “¡cómo se atreve a tratarte de esa
manera!”.
En la
resonancia divergente, en lugar de sentir la misma emoción que su esposa y de
enojarse, usted se replantea la situación y le responde: “siento mucho que
hayas tenido que afrontar a alguien tan grosero. ¿Qué puedo hacer por ti?”,
¿quieres una taza de té o prefieres que salgamos a caminar?” Su reacción
acompaña las emociones de su esposa pero bajo un registro emocional diferente.
El artículo pertenece al blog de Mathieu Ricard
www.matthieuricard.org
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